La sala de las lágrimas o del llanto es el lugar donde el Papa recién elegido se recoge en oración y se cambia de vestidura.
Es una sala muy pequeña, incluso angosta, compuesta por dos escaleras y una ventana.
Se encuentra justo detrás de la gran obra del Juicio Final de Miguel Ángel, en la pared donde también estaba pintado el fresco de Perugino con la Asunción. Allí, los asistentes disponen de las vestiduras que va a usar el pontífice para su presentación en público. Se colocan vestimentas papales de varias tallas, dependiendo de la contextura del nuevo Papa.
La «sala de las lágrimas» está cerrada al público y no forma parte del recorrido de los fieles y turistas que diariamente visitan la Sixtina.
En sus paredes hay numerosos rastros de frescos, pinturas que destacan entre el blanco de las paredes.
Está amueblada con una mesa, sobre la que hay una pequeña imagen de la Virgen con el Niño, y un sofá de terciopelo rojo. Un gran crucifijo, tipo pastoral, de pie, forma parte de la decoración.
Lo que ocurre allí es importante desde el punto de vista simbólico. En ese momento, el Papa toma conciencia de lo que ha llegado a ser, de lo que es a partir de ese instante.
El cambio de vestidura expresa el profundo cambio en su existencia. En ese lugar, comprende que el oficio es más grande que la persona.
Tal vez de ahí provenga el nombre de “sala de las lágrimas”: porque en el momento en que el nuevo Pontífice toma conciencia de que la figura del Papa es mucho más grande que quien la encarna, entiende también que, bajo ese papel, deberá morir cada día, para que no sobresalga su persona, sino el oficio; para que emerja el Vicario de Cristo, el sucesor de Pedro, hoy, tras más de doscientos Papas.
El cardenal elegido Papa es asistido por un maestro de ceremonias y de allí sale con las vestiduras pontificias.
Con información de Vatican News